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Síndrome de Instestino Irritable

“Como y me siento hinchado”. La frase se repite, y cada vez más, en la boca de un amigo, en la pantalla de televisión o dicha por nosotros mismos. Se estima que el 10 por ciento de la población padece de Síndrome de Intestino Irritable y que esta cifra llega al 50 por ciento entre los pacientes que asisten al consultorio de un gastroenterólogo. Pero, ¿por qué este cuadro se volvió tan común? Una primera respuesta llega de la mano de su principal causa, puesto que se trata de un cuadro psicosomático.
En todas las personas existe una interrelación muy importante entre lo que sucede en el intestino y el cerebro. Las células del sistema nervioso intestinal están en contacto con trasmisores que permiten que percibamos las sensaciones y los estímulos del aparato digestivo. En pocas palabras, esto significa que nuestras emociones y estados de ánimo, muchas veces cambiantes e intensos, tienen una influencia directa a la hora de comer y digerir alimentos.

Sin embargo, hay que hacer una diferenciación entre una enfermedad orgánica y, como ocurre en este caso, un cuadro funcional. En este, los estudios de rigor demostraran que no existe ninguna alteración física, sino que lo que está afectado es la función de los nervios y los músculos, justamente sobre lo que tanto influye el estado psicológico. Un casamiento, un examen, estrés laboral, depresión y un largo etcétera: muchas situaciones pueden ser disparadores de este malestar a la hora de comer. Lo contrario pasa, por ejemplo, durante las vacaciones, cuando muchos pacientes dejan de sentir dolores.
Sucede que las personas que padecen Síndrome de Intestino Irritable desarrollan una hipersensibilidad que los lleva a sentir las contracciones o los movimientos intestinales a la hora de digerir. En general, los síntomas son dolor, distensión abdominal y cambios en el transito evacuatorio, con cuadros de diarrea o constipación. También puede percibirse una sensación de cansancio, decaimiento, dolor de cintura, sequedad en la boca, puntadas en el pecho, palpitaciones y hasta problemas para dormir. Por tratarse de síntomas tan comunes a los de otras patologías, este síndrome muchas veces se confunde con la dispepsia ulcerosa o con demás cuadros que afectan al estómago.
Al consultar a un especialista, el paciente deberá responder un breve cuestionario: cuándo comenzó el malestar, si tuvo algún cambio brusco en su vida en los últimos meses y cuáles son los antecedentes familiares. Para el médico, lo primero será descartar otras enfermedades, como un cuadro celíaco, anemia, tumores o pólipos. Para esto, uno de los estudios que se pueden realizar es una Colonoscopía, lo que permite, mediante una cámara, analizar el interior del colon. Además, se puede recurrir a exámenes físicos y análisis de sangre.

Como en toda afección de origen psicosomático, el tratamiento dependerá mucho de la voluntad del paciente y los médicos suelen recomendar cambios en algunos hábitos de la vida cotidiana. La actividad física varias veces por semana es el primer escalón y el segundo, la forma en que se come. Por ejemplo, durante la semana muchas personas almuerzan apuradas, en la calle, en medio de discusiones laborales, y por la noche, mientras cenan ya están pensando en los deberes del día siguiente. En estos casos, la premisa será comer tranquilos y con tiempo.

Al comienzo del tratamiento suele recomendarse hacer una dieta por 10 días. Primero se sacan las harinas (pan, pasta, pizza, papa y postre), los dulces, la llamada “comida chatarra” y las gaseosas. En cambio, se aconseja comer carnes, verduras y frutas cocidas, así como pan negro con queso o jaleas, polenta, huevo, gelatina y yogur.
Asimismo, el paciente puede recibir algún tipo de medicamento por un tiempo, para ir eliminando la dosis de forma progresiva. Al final, el fármaco solo quedará recetado para cuando, esporádicamente, puedan sentirse malestares después de algún tipo de exceso, como de después una fiesta o un asado.
VISTO EN La Revista de Susana

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