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Diversos modos de estar loco

Una "perlita" que encontré en la Web y que deseo compartir con mis lectores. Interesante y divertida // Autor: Fernando Galindo en http://istmo.mx

Los perdedores siempre reflexionan sobre sus posibilidades; los ganadores hacen el trabajo y luego van con la chica a tomar un helado

ÉXITO Y LOCURA

¡Loco!, lo llamaron sus compañeros cuando decidió abandonar Stanford para dedicarse a un descabellado proyecto de sistemas. Tenía 19 años, era delgado, sin demasiada gracia ni porte y con unos lentes que le daban la apariencia del nerd paradigmático. Años después sigue igual, pero ahora es el hombre más rico del mundo.

Como a Bill Gates también a muchos otros los llamaron locos: Da Vinci, Graham Bell, Alva Edison y por su puesto al famoso y muy adinerado General Electric. Los hombres exitosos siempre han sido llamados locos por aquellos mediocres, por los temerosos, por los perdedores.

Así dijo Sean Connery a un acobardado Nicolas Cage en The Rock: «Loosers always wonder about their chances; winners do the job and at the end of the night take the girl» (los perdedores siempre reflexionan sobre sus posibilidades; los ganadores hacen el trabajo y luego van con la chica a tomar un helado). La diferencia entre los locos y el «average looser» es que el «succesfull guy» logra que las cosas sucedan y el «average looser» espera a que todo siga igual. La conclusión es sencilla: si quieres ser exitoso debes ser un poco loco, apostar por lo que nadie jamás había imaginado.

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Este es el modo motivacional de hablar de la locura, el que se impulsa en talleres de emprendedores y libros sobre cómo hacerse millonario. La moda de equiparar loco con ocurrente, genial y exitoso en los negocios, es la causa de que algunos piensen que un negocio, a todas luces absurdo, tiene posibilidades de éxito.

¿Cuántos universitarios imaginan que tienen una idea tan buena como la de Gates o la de los creadores de Google? Siguen un razonamiento de este tipo: «¿Has notado como a todos les molesta que se les enfríen los pies? [¡Claro que lo has notado, todos lo han notado!] ¿Apoco no (sic) sería bueno fabricar unos zapatos que regularan de modo automático la temperatura ideal de los pies? Les pondríamos un nombre sugerente en lengua extranjera como Fussenwarmer, en poco tiempo tomaríamos el mercado mundial».

Cuando uno responde que la idea es «loca» el aludido recuerda que lo mismo decían de los aviones. Para sacarse de encima a estos ocurrentes no hay que decir que su idea es loca, hay que decir que es estúpida.

LOCA PERDIDA

Una popular canción interpretada por Luis Miguel adjetiva a la mujer ideal de esta manera: «la que va como loca por la vida» y algunas estrofas después reitera (no sin cierta ambigüedad): «loca, perdida, perdida ahhhh». Y es que de acuerdo a la canción vernácula, el amor es una especie de locura, que lleva a hacer cosas impensables en un estado mental saludable; incluso en ocasiones desemboca en el matrimonio. Esta locura se manifiesta en la torpeza al hablar, el descuido de actividades indispensables (como comer o dormir) y la obsesión por lo irrelevante; de ahí que haya quienes por amor peguen a la carrocería de un automóvil pequeños y coloridos papeles que llevan escritos hermosos fragmentos de una declaración amorosa.

La ecuación es muy simple: entre más verdadero el amor, más inverosímil e irracional el comportamiento. Como aquel señor que escribió a una psicóloga que después de 20 años de matrimonio quería dejar a su mujer porque estaba loco por una compañera de trabajo 25 años menor que él; decía estar enamorado como una colegiala. La psicóloga le respondió que su problema era simple inmadurez e incapacidad para mantener los compromisos y aceptar su vejez. Añadió que no confundiera amor con excitación.

La locura de amor es un estado pasajero, del que eventualmente se puede prescindir en la relación amorosa. Por eso Dafnis y Cloé, en la narración de Longo, piensan que están enfermos cuando en realidad están enamorados. Quien ama en la intensa locura ¿es capaz de amar también en la cordura, cuando las luces se apagan y se acaba la fiesta?, es decir «would you still love me tomorrow?»

LOCURA Y ORIGINALIDAD

Gracias a personas desquiciadas y brillantes, como Nietzsche o Dalí, hay quien vincula la locura con la originalidad. A falta de la segunda deciden aparentar la primera. Por eso subrayan claros aspectos irracionales de su comportamiento: «Yo tomo mucha Coca-Cola, ¡eh!, casi tres litros diarios». «A mí me gusta más dormir en un sillón que en una cama». «O sea, yo soy así, no me preguntes por qué, pero me gustan las vacas y tengo imágenes y objetos alusivos por todo mi cuarto». La diferencia es que la locura de los genios se manifiesta en su palabra y en sus obras, no en su peinado o sus gustos íntimos.

A pesar de todo es posible que la adopción de pequeñas manías demuestre un cierto noble afán de ser auténticos en una sociedad que tiende a la homogeneización y anulación de la singularidad. Así por ejemplo, un colega mío que fue mi profesor y antes de ser mi profesor fue la primera persona que conocí a quien no le gusta el futbol, y antes de eso, era un desconocido para mí pues ese colega, posee una maleta marca Pocoloco comprada, según él, en Cancún. La maleta es roja con blanco, de tela y con un estampado terrible de un pelícano o un perico, no se sabe bien. La dichosa maleta data, por lo menos, de hace 20 años. Es inadecuada por: pequeña, fea, poco resistente, pero sobre todo porque está completamente pasada de moda. Tan fea es la maleta, que cuando abrieron el coche de mi colega vaciaron su maleta y la abandonaron. Mi colega la ha llevado a todas partes (he sido testigo): a un congreso de Borges en Alemania, al Sport-City de Polanco, a Acapulco. Siempre es la maleta más ridícula, pero él ni se percata, es parte de su maniática personalidad.

Los locos y los genios coinciden en ser auténticos, diferentes a los otros, por eso tienen problemas para adaptarse al orden social. Lástima que la reivindicación de la singularidad se realice a través de hábitos superfluos (como fumar Benson & Hedges mentolados, o manejar de modo temerario) y no de la toma de una postura crítica y reflexiva frente a los modos de vida generalmente aceptados; o ya de perdida, a través de una curiosa maleta Pocoloco.

LOCOS CHISTOSOS Y LOCOS NO CHISTOSOS

Locos chistosos son los que actúan en forma ridícula y mueven a la risa. Cuando sus ridículos son voluntarios y repetitivos suelen trabajar como actores, si tienen suerte. Si no, llevan una vida normal y cuando uno los ve, se ríe. Locos no chistosos son los que actúan de forma ridícula o dicen frases absurdas pero no mueven a la risa. Así por ejemplo, cuando Bush habla de «justicia infinita», es absurdo pero no da risa. Cuando Chávez dice que será presidente de Venezuela hasta el 2026, es ridículo pero probable. Y cuando Hitler dijo que los judíos eran los responsables de la ruina de Alemania, era una estupidez, pero fue tomada en serio y tuvo consecuencias muy alejadas de lo que consideramos chistoso.

Encarnan un caso especial de esta locura aquellos que dicen ridiculeces que preocupan pero a la vez mueven a la risa. En estos extraños casos la mente no sabe cómo reaccionar; flota entre la hilaridad y la indignación. Un ejemplo representativo es el expresidente López Portillo, quien en su último informe de gobierno lloró y afirmó que defendería al peso como perro; frase que nos ha dado para reír durante años, pero que refleja penosamente el estado perenne de crisis que padecemos. También era cómico cuando cruzaba Teohtihuacán a raudo galope perseguido por una comitiva de «mexicanos típicos» ataviados de blanco; o cuando comentó que a causa del alza del petróleo, los mexicanos «debíamos aprender a administrarnos en la abundancia». A este tipo de loco-peligroso-ridículo, se le debe llamar el Loco-lopezportillo; o si quiere usted, el «locolópez». Así las nuevas generaciones entenderán el término.

LOCURA COMO INGENUIDAD

Esta desquiciada ingenuidad la padecen quienes toman en serio frases dichas por locos mencionados antes. Es decir, quienes creen que los gobernantes locos dicen la verdad; o que la macroeconomía se desenvuelve de modo ordenado y está relacionada con la realidad; o que la instalación de computadoras en las escuelas secundarias tiene algo que ver con la educación de mejores ciudadanos.

Los locos ingenuos viven tan felices como podía vivir Alicia en el país de las maravillas. Prefieren creer para no sufrir. A cambio del sentido de realidad y de la autonomía crítica esencial del ciudadano reciben un ficticio y hermoso mundo. La pérdida de contacto con la realidad política ocasiona consecuencias increíbles, lo mismo para el individuo que para la ciudad. La realidad política siempre se impone, o bien se vive en ella o uno se estrella con ella.

Los locos ingenuos, además, son amantes de la teoría de la conspiración; desde «Los protocolos de los sabios de Sión», hasta la teoría de que Bush derribó las torres gemelas. También aman las profecías de la técnica: «En 10 años ya no habrá regaderas, el aseo se dará en la cama, con un sistema que ahorrará agua y que incluirá un secado ultra-veloz». O que tal esta otra: «En 10 años ya no habrá universidades, todos, todos: usted, yo, cualquier hijo de vecino, estudiaremos con sistemas virtuales desde nuestros hogares». ¡Sí, claro! y en 10 años tampoco habrá borracheras: todos nos embriagaremos de modo virtual desde nuestros hogares.

CLÁSICOS LOCOS

Clásicos locos se dice de tres maneras diferentes. Por una parte llamamos locos a aquellos que pertenecen a otro grupo humano y actúan de modo incomprensible para nosotros. Por ejemplo decimos que los hindúes están locos porque tratan bien a las vacas; o que los ingleses están locos porque no aceptan el sistema métrico decimal y usan el pie de un rey para determinar distancias, porque circulan del lado contrario de la calle o porque no aceptan el euro Esta no es una locura seria, es sólo una prueba de la diferencia entre los seres humanos.

También llamamos clásicos locos a los que han corrido durante muchos siglos en la literatura. De estos quizá el loco más importante sea Alonso Quijano, llamado por algunos «don Quijote». Nadie, ni el varón Munchausen, ha vivido tantas y tan asombrosas aventuras lunáticas. El Quijote representa todo lo bueno que de loco se puede tener. Ahora que su locura cumple 400 años de galopar, habrá que hacer algo: detenga la lectura, póngase de pie y guarde silencio por 2 minutos. Reflexione, mientras tanto en la imagen de un aporreado hombre de edad madura que se negó a pagar las atenciones recibidas en una venta.

Hay otros locos notables que sobreviven en letras de imprenta, como Christmas (Luz en agosto de Faulkner) u Horacio Oliveira (Rayuela de Cortázar).

De los locos más recientes me simpatiza el loco de «impostura» (Vila-Matas. 1984) que se llama alternativamente Profesor Bruch y Claudio Nart. Aunque este loco es más bien un vivales que cambia de personalidad para vivir mejor. Se parece en algo a esos políticos que cambian de partido según la elección, sólo que el Profesor Bruch (o Claudio Nart) es un tipo decente.

El verdadero loco de «impostura» no es el desmemoriado con problemas para fijar su identidad; es Barnaola, burócrata que trabaja en el hospital psiquiátrico y que queda maravillado con la personalidad del desmemoriado.

El último grupo de clásicos locos es el de los verdaderos clásicos locos. Los personajes de la literatura griega: Agamenón es el más famoso (Cf. E.R. Dodds, 1954). La locura de los clásicos, a diferencia de la moderna, es un estado temporal y muy conveniente.

Se debe a la posesión que un demonio hace de un individuo quien, endemoniado, actúa de modo incomprensible. Así cuando Agamenón se disculpa con Aquiles por haberlo humillado, le dice que no fue él quien lo humilló, sino un demonio que actuaba a través de él.

La locura para los griegos y para otras antiguas culturas como la hebrea, era o bien un pretexto para desvincularse de las propias acciones, o bien una prueba de relación con la divinidad. Así, los profetas y los adivinos eran a veces considerados locos.

Por último hay una locura que es la locura del vino; al alcance de todos en cualquier supermercado. No debe confundirse con la locura del Ron Bacardi Blanco. La locura del Bacardi lleva al displacer, a la aridez de garganta, dolor de cabeza y acidez estomacal, más aún, lleva a la prosa vulgar y grosera. En cambio, la locura del vino, la locura de Dionisio, lleva a la poesía, a la ciencia y a las bellas artes. ¡A esta locura debemos tantas buenas cosas!

Por eso decía Miguel Hernández en su Oda al vino:

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Calentará como un rojo solsticio

el hueso de mi frente,

y seré, con su carga, sin mi juicio,

no el yo de diariamente,

sí otro loco mejor y diferente.

¡Eso! No el loco monomaniaco, no el loco peligroso, no el loco fingidamente loco y snob, sí el loco mejor y diferente. ¿Que dónde radica exactamente la diferencia? Quizás haga falta estar un poco loco para saberlo.
Escobar LA REVISTA Digital

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